lunes, diciembre 05, 2005

Camilo (pinche negro)

Éramos cuatro amigos que coincidimos en la Facultad de Medicina por casualidad. Pedro “el norteño” venía de Chihuahua; el gordo Mariano llegó de Cuernavaca; “el cañas”, o sea yo, era del DF y en ese glorioso entonces pesaba menos que mi hermanita; el Camilo venía de Veracruz, sus papás eran cubanos descendientes de congoleños y en un exceso de creatividad le apodamos “el Negro”. No había ánimo racista en ello. Eran apodos inocentes y así nos identificábamos. Cuando encontrábamos al Camilo en la calle lo saludábamos: “hola pinche Negro”, y él invariablemente contestaba: “hola pinches putos”.

El Negro era algo así como el líder de la banda. Era superior en los deportes, bailaba infinitamente mejor que todos, obtenía las calificaciones más altas del salón y tenía un enorme éxito clandestino con las muchachas. Era todo un estereotipo. Las chicas tenían que hacer verdaderos malabarismos con sus prejuicios para comprobar la veracidad de los rumores que corrían sobre el Camilo. O sea, todas querían con él, pero a escondidas.

Recorríamos los bares del centro arriesgando la vida para conocer el México profundo y tirarnos de cabeza a la locura de la noche, hasta que terminamos la carrera y el destino nos ubicó en diferentes lugares.

Después de muchos años, cuando nos volvimos a reunir, el Norteño se había dejado crecer la barba, Mariano había bajado de peso, yo había subido muchos kilos más de los que la decencia aconsejaba y el Negro seguía siendo negro.

Regresó del Brasil acompañado por una mulata de fuego con unas caderas de estruendo montadas en gelatina que nos dejó con la boca abierta. ¡Qué poca madre! Junto a ella nuestras mujercitas parecían lagartijas y se morían del coraje al vernos con la lengua de fuera.

Seguimos frecuentándonos para recuperar el tiempo perdido y una cosa nos llevó a la otra hasta el día siniestro cuando me bajo el switch de la Luz de mis noches. Pero esa es otra historia...

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