Un dolor en el inconsciente
Pero déjenme contarles mexicanas y mexicanos que ese día amanecí con el inconsciente adolorido. Pasé una noche tormentosa buscando la Luz de mis ojos y no pegué las pestañas en toda la velada. Un murmullo persistente dentro de la cabeza me repetía una cantinela que no alcanzaba a comprender. Recorrí los callejones oscuros de la ciudad deteniéndome en las encrucijadas para aullar a la luna. Un escalofrío recorría mi espalda cada vez que la voz de mi interior me musitaba la frasecita aquella en un volumen tan bajo que resultaba casi inaudible. A ratos me parecía percibir entre zumbidos lo que parecía ser un grito aterrador del que no podía identificar su origen y sólo sabía que me afectaba tanto que me sentía desfallecer.
A media mañana, cuando regresaba a casa pasé por un puesto callejero de películas piratas y compré una de contenido educativo que se llama “Hoteles de Tlalpan” (no lo hagan ustedes, niños y niñas, porque es delito y se ve muy mal). Llegué a mi casa cansado, con los ojos amarillos y un vacío en el alma. Quise desayunar algo pero el estómago me dio un vuelco con la sola idea de probar bocado. Me fui a la recámara e intenté leer un rato la Jornada que daba la noticia de uno más de los frecuentes dislates del Presidente Fox. Aburrido con lo que ya era una rutina dejé de lado el periódico y puse en el reproductor el disco con la película que había comprado y cuál va siendo mi sorpresa, señoras y señores, al verme grabado en impresionante labor de refocilamiento con la Luz de mis días la misma noche en que la alevanté del teibol aquel. ¡Jesús, María y José! ¡Ya no hay moral!
Me tumbé desnudo en la cama y la Luz de mis ojos me repitió el espectáculo nocturno de despojarse lentamente de la ropa y allí me pude percatar de algo que me pareció una buena puntada en ese momento: llevaba puesta una diminuta tanga tricolor que dejaba al descubierto un tatuaje en la nalga derecha. Cuando se montó sobre mí, sus movimientos ondulantes y sus jadeos no me permitieron prestar atención a los detalles que hubieran podido salvar mi alma. Al momento de lo que parecía el clímax de un orgasmo inminente, con los ojos encendidos y al grito de “¡NO AL DESAFUERO!”, se derrumbó sobre mi cuerpo clavando sus filosos colmillos en mi cuello y me sorbió el alma.
Me sentí desfallecer, mi cuerpo perdió el tono y hundido en un aturdimiento fatal lo atribuí a la venida espectacular que me hizo poner los ojos en blanco mientras la lengua se me pegó con tal fuerza al paladar que estuve a punto de asfixiarme. Quedé deshilachado sobre la cama mientras ella bailaba desnuda, con los brazos abiertos y los senos flotantes, alrededor de la habitación musitando “...Pleased to meet you, hope you get my name...” Apenas en flashazos fugaces alcanzaba a ver por instantes el tatuaje colorido de su hermosa nalga derecha.
Desconcertado y furioso apagué el reproductor y me senté con la confusión creciéndome en las entrañas cuando la voz de mi cabeza se comenzó a volver cada vez más audible y por fin, pude distinguir que musitaba: “Careful With That Axe, Eugene”. ¡Carajo! ¡Por qué no escucho voces en español como todo el mundo!... y un grito desgarrador me congeló la sangre...
Al día siguiente sería la Marcha del Silencio y yo ya había perdido la emoción. La Luz de mis convicciones me levantó temprano y me llevó arrastrando los pies, con la mirada vaga, el pelo revuelto y portando una pancarta que decía:
A media mañana, cuando regresaba a casa pasé por un puesto callejero de películas piratas y compré una de contenido educativo que se llama “Hoteles de Tlalpan” (no lo hagan ustedes, niños y niñas, porque es delito y se ve muy mal). Llegué a mi casa cansado, con los ojos amarillos y un vacío en el alma. Quise desayunar algo pero el estómago me dio un vuelco con la sola idea de probar bocado. Me fui a la recámara e intenté leer un rato la Jornada que daba la noticia de uno más de los frecuentes dislates del Presidente Fox. Aburrido con lo que ya era una rutina dejé de lado el periódico y puse en el reproductor el disco con la película que había comprado y cuál va siendo mi sorpresa, señoras y señores, al verme grabado en impresionante labor de refocilamiento con la Luz de mis días la misma noche en que la alevanté del teibol aquel. ¡Jesús, María y José! ¡Ya no hay moral!
( Esta parte de la historia tiene fondo musical. La melodía que se escucha es el King/Brubeck Jam con los maestros BB King y Dave Brubeck. Pueden encontrar el soundtrack original en las librerías Gandhi... si andan de suerte. El disco se llama King of Blues y está de rechupete).
Aunque la película se veía bastante mal y no tenía más que una toma directa, era suficiente para recordar la escena y darme cuenta de algunos detalles que pasé por alto esa noche en la urgencia de dar rienda suelta a mi deseo. Recuerdo que eran los tiempos heroicos de la lucha contra el desafuero de López Obrador y en la pantalla alcancé a distinguir lo que parecía ser el moñito tricolor de la resistencia civil en la solapa mi saco.
Aunque la película se veía bastante mal y no tenía más que una toma directa, era suficiente para recordar la escena y darme cuenta de algunos detalles que pasé por alto esa noche en la urgencia de dar rienda suelta a mi deseo. Recuerdo que eran los tiempos heroicos de la lucha contra el desafuero de López Obrador y en la pantalla alcancé a distinguir lo que parecía ser el moñito tricolor de la resistencia civil en la solapa mi saco.
Me tumbé desnudo en la cama y la Luz de mis ojos me repitió el espectáculo nocturno de despojarse lentamente de la ropa y allí me pude percatar de algo que me pareció una buena puntada en ese momento: llevaba puesta una diminuta tanga tricolor que dejaba al descubierto un tatuaje en la nalga derecha. Cuando se montó sobre mí, sus movimientos ondulantes y sus jadeos no me permitieron prestar atención a los detalles que hubieran podido salvar mi alma. Al momento de lo que parecía el clímax de un orgasmo inminente, con los ojos encendidos y al grito de “¡NO AL DESAFUERO!”, se derrumbó sobre mi cuerpo clavando sus filosos colmillos en mi cuello y me sorbió el alma.
Me sentí desfallecer, mi cuerpo perdió el tono y hundido en un aturdimiento fatal lo atribuí a la venida espectacular que me hizo poner los ojos en blanco mientras la lengua se me pegó con tal fuerza al paladar que estuve a punto de asfixiarme. Quedé deshilachado sobre la cama mientras ella bailaba desnuda, con los brazos abiertos y los senos flotantes, alrededor de la habitación musitando “...Pleased to meet you, hope you get my name...” Apenas en flashazos fugaces alcanzaba a ver por instantes el tatuaje colorido de su hermosa nalga derecha.
Desconcertado y furioso apagué el reproductor y me senté con la confusión creciéndome en las entrañas cuando la voz de mi cabeza se comenzó a volver cada vez más audible y por fin, pude distinguir que musitaba: “Careful With That Axe, Eugene”. ¡Carajo! ¡Por qué no escucho voces en español como todo el mundo!... y un grito desgarrador me congeló la sangre...
Al día siguiente sería la Marcha del Silencio y yo ya había perdido la emoción. La Luz de mis convicciones me levantó temprano y me llevó arrastrando los pies, con la mirada vaga, el pelo revuelto y portando una pancarta que decía:
“Contigo hasta la ignominia. Va mi alma en prenda”.
Etiquetas: Luz de Luna
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